Desperté una noche del día jueves como a las 04.00 de la mañana. Había logrado en tiempo record quedarme dormido. Sin embargo, estaba un poco molesto ya que despertaba contra mi voluntad. La semana laboral era ardua hasta el momento. Notaba el cansancio en mis grandes ojeras y por primera vez me autopercibo como un mapache. Antes me lo habían dicho, pero nunca le di importancia.
Un minúsculo dolor en mi cara me entrega indicios que algo sucede. Decido seguir durmiendo para evadir la situación. Imposible resulta. Siempre hay una primera vez: al parecer la maldita y nefasta Muela del Juicio se asoma por el rincón que se encuentra en mi maxilar superior.
El dolor va en aumento y sinceramente la situación ya es incontrolable. Exclamo energéticamente: ¡Se supone que esta muela aparece cuando eres adolescente y de no ser así puedes olvidarte del asunto! Ésta es la gran excepción a la regla. Aunque ya no soy adolescente puedo aseverar que con la punta de mi lengua toco por donde la muela hace su llegada triunfal
¡Qué dolor más concha de su madre! Ya son alrededor de las 05.00 de la mañana y comienzo a arder en calor. Facialmente creo que soy como el “Hombre Elefante”. Los recuerdos me invaden y ayudan al “puto insomnio” a entrar en mi habitación y quedarse como si yo lo hubiese invitado.
Río un poco al rememorar una situación en la cual a una amiga le extrajeron las Muelas del Juicio. Ella, una vez en su hogar, nos comentaba mediante señas y guturales sonidos que durante la operación debió abrir extremadamente la boca. De tanto hacerlo se le rajó y por lo tanto debía mantenerse sin emitir palabra alguna.
Ya es demasiado tarde para aplicar empatía. Ahora me pongo en el lugar de mi amiga y me percato de la nefasta situación. Me imagino con mi boca rajada y sin poder hablar. ¡Yo que hablo hasta por los codos!
¡Qué dolor más grande y molesto! Me siento tan extraño y algo confundido. Enciendo la luz y me pongo de pie. ¡No es un sueño, es realidad, me duele la muela y en demasía.
Durante el doloroso proceso veo como amanece. Me observo en un espejo y no soy yo quien se refleja. La mitad de mi cara me pertenece con seguridad, mientras que la otra no es mía y no la quiero. Es completamente desfigurada y poco saludable.
Vuelvo a mi cama y espero hasta que suene el ameno despertador. Una vez que este aparato comienza a “emitir bulla”, procedo a levantarme para avisar a mi empleo de la desfavorable y desdichada situación que me aqueja. Lo crean o no, me importa una “soberana raja”.
Luego de dos horas, en las cuales busco una clínica de urgencia y tolero el dolor, accedo a visitar al afamado cirujano dentista. Sinceramente es una situación un poco inusual para mi. Jamás sufro dolencias físicas y las veces que he ido al médico es sólo por salud mental.
Radiografías que confirman la extracción urgente de esta muela. La muy ingrata está casi arraigada al maxilar y debe ser eliminada lo más pronto posible. Al parecer el problema es bastante complejo porque debo volver a la clínica en la tarde. “¡Precisa usted de un especialista!” Replica el cirujano ante mi asombro.
De vuelta en la clínica por la tarde la situación ya es insostenible. Por primera vez siento extremadamente dependencia hacia un médico. El dolor ya se ha esparcido hasta mi ojo izquierdo y honestamente preciso de una intervención urgente.
Mientras espero. Como siempre estoy pensando e imaginado música, recuerdo dos videos musicales relacionados con la atención dental: “Army of Me de Björk y Geek Stink Breath de Green Day”.
En el video de Björk, al parecer ella manifiesta la necesidad de ir al dentista por un dolor de muela. Asiste a la clínica y el dentista no es más que un enorme y grotesco gorila. Ella se instala y el “dentista” retira de su boca un diamante que es el causante de una riña entre ella y este profesional.
Sin embargo, es“Geek Stink Breath” de Green Day la situación que vivenciaré. Es más obvia y cercana a mi realidad. Un dentista retira sin tapujos una muela a un joven, quien antes ya ha sido inyectado y anestesiado. ¡Concha de su madre! “Me deben pinchar por lo menos unas tres veces”.
La satisfacción y júbilo de recordar las canciones mencionadas se esfuman como bajativo de restaurant chino. La empatía me juega una mala jugada. Me posiciono en el lugar de aquellos y aquellas a quienes alguna vez pude presenciar sus molestias y dolencias dentríficas.
“¡Don Juan Carlos Acevedo Garrido diríjase a la sala número 5 por favor!”. Mi turno. Comienza a manifestarse enormemente mi cobardía. Incluso mucho más que cuando veo un ratón o una gitana. Ya estaba a pasos de terminar con ese “puto dolor” o simplemente me arrancaba y perdía mis 50.000 pesos invertidos hasta ese momento.
Un apacible hombre vestido de blanco me invita a tomar asiento. “Me tiene frito, duru-rurú”. Abra la boca. Cuatro pinchazos. “No se mueva por favor” ¡”Concha de su madre”. Nunca había experimentado un dolor físico tan profundo, invalidante y determinante.
“¡Tranquilo, tranquilo, ya pasará una vez que terminemos!”. “¡Abra la boca otra vez y respire!. “¡mmm....la muela está arraigada a su maxilar así que va a doler un poco más de lo que espera!”. “Si supiera el muy gil que es mi primera experiencia odontológica”.
Luego de 10 minutos y de vuelta en mi casa narro con ciertas dificultades lo acaecido a mi preocupada madre: “¡Me dijo que abriera la boca y con una especie de atornillador se cargó sobre la muela y la movió hacia ambos lados hasta que la cagá salió!”. “¿La puedo llevarla de recuerdo?. Le pregunto al profesional. ¡Pues claro!” (olvidaba que el dentista era peruano).
Desde aquel día aumenté la frecuencia de lavado de mi dentadura. Ahora lo hago 5 veces al día.
Un minúsculo dolor en mi cara me entrega indicios que algo sucede. Decido seguir durmiendo para evadir la situación. Imposible resulta. Siempre hay una primera vez: al parecer la maldita y nefasta Muela del Juicio se asoma por el rincón que se encuentra en mi maxilar superior.
El dolor va en aumento y sinceramente la situación ya es incontrolable. Exclamo energéticamente: ¡Se supone que esta muela aparece cuando eres adolescente y de no ser así puedes olvidarte del asunto! Ésta es la gran excepción a la regla. Aunque ya no soy adolescente puedo aseverar que con la punta de mi lengua toco por donde la muela hace su llegada triunfal
¡Qué dolor más concha de su madre! Ya son alrededor de las 05.00 de la mañana y comienzo a arder en calor. Facialmente creo que soy como el “Hombre Elefante”. Los recuerdos me invaden y ayudan al “puto insomnio” a entrar en mi habitación y quedarse como si yo lo hubiese invitado.
Río un poco al rememorar una situación en la cual a una amiga le extrajeron las Muelas del Juicio. Ella, una vez en su hogar, nos comentaba mediante señas y guturales sonidos que durante la operación debió abrir extremadamente la boca. De tanto hacerlo se le rajó y por lo tanto debía mantenerse sin emitir palabra alguna.
Ya es demasiado tarde para aplicar empatía. Ahora me pongo en el lugar de mi amiga y me percato de la nefasta situación. Me imagino con mi boca rajada y sin poder hablar. ¡Yo que hablo hasta por los codos!
¡Qué dolor más grande y molesto! Me siento tan extraño y algo confundido. Enciendo la luz y me pongo de pie. ¡No es un sueño, es realidad, me duele la muela y en demasía.
Durante el doloroso proceso veo como amanece. Me observo en un espejo y no soy yo quien se refleja. La mitad de mi cara me pertenece con seguridad, mientras que la otra no es mía y no la quiero. Es completamente desfigurada y poco saludable.
Vuelvo a mi cama y espero hasta que suene el ameno despertador. Una vez que este aparato comienza a “emitir bulla”, procedo a levantarme para avisar a mi empleo de la desfavorable y desdichada situación que me aqueja. Lo crean o no, me importa una “soberana raja”.
Luego de dos horas, en las cuales busco una clínica de urgencia y tolero el dolor, accedo a visitar al afamado cirujano dentista. Sinceramente es una situación un poco inusual para mi. Jamás sufro dolencias físicas y las veces que he ido al médico es sólo por salud mental.
Radiografías que confirman la extracción urgente de esta muela. La muy ingrata está casi arraigada al maxilar y debe ser eliminada lo más pronto posible. Al parecer el problema es bastante complejo porque debo volver a la clínica en la tarde. “¡Precisa usted de un especialista!” Replica el cirujano ante mi asombro.
De vuelta en la clínica por la tarde la situación ya es insostenible. Por primera vez siento extremadamente dependencia hacia un médico. El dolor ya se ha esparcido hasta mi ojo izquierdo y honestamente preciso de una intervención urgente.
Mientras espero. Como siempre estoy pensando e imaginado música, recuerdo dos videos musicales relacionados con la atención dental: “Army of Me de Björk y Geek Stink Breath de Green Day”.
En el video de Björk, al parecer ella manifiesta la necesidad de ir al dentista por un dolor de muela. Asiste a la clínica y el dentista no es más que un enorme y grotesco gorila. Ella se instala y el “dentista” retira de su boca un diamante que es el causante de una riña entre ella y este profesional.
Sin embargo, es“Geek Stink Breath” de Green Day la situación que vivenciaré. Es más obvia y cercana a mi realidad. Un dentista retira sin tapujos una muela a un joven, quien antes ya ha sido inyectado y anestesiado. ¡Concha de su madre! “Me deben pinchar por lo menos unas tres veces”.
La satisfacción y júbilo de recordar las canciones mencionadas se esfuman como bajativo de restaurant chino. La empatía me juega una mala jugada. Me posiciono en el lugar de aquellos y aquellas a quienes alguna vez pude presenciar sus molestias y dolencias dentríficas.
“¡Don Juan Carlos Acevedo Garrido diríjase a la sala número 5 por favor!”. Mi turno. Comienza a manifestarse enormemente mi cobardía. Incluso mucho más que cuando veo un ratón o una gitana. Ya estaba a pasos de terminar con ese “puto dolor” o simplemente me arrancaba y perdía mis 50.000 pesos invertidos hasta ese momento.
Un apacible hombre vestido de blanco me invita a tomar asiento. “Me tiene frito, duru-rurú”. Abra la boca. Cuatro pinchazos. “No se mueva por favor” ¡”Concha de su madre”. Nunca había experimentado un dolor físico tan profundo, invalidante y determinante.
“¡Tranquilo, tranquilo, ya pasará una vez que terminemos!”. “¡Abra la boca otra vez y respire!. “¡mmm....la muela está arraigada a su maxilar así que va a doler un poco más de lo que espera!”. “Si supiera el muy gil que es mi primera experiencia odontológica”.
Luego de 10 minutos y de vuelta en mi casa narro con ciertas dificultades lo acaecido a mi preocupada madre: “¡Me dijo que abriera la boca y con una especie de atornillador se cargó sobre la muela y la movió hacia ambos lados hasta que la cagá salió!”. “¿La puedo llevarla de recuerdo?. Le pregunto al profesional. ¡Pues claro!” (olvidaba que el dentista era peruano).
Desde aquel día aumenté la frecuencia de lavado de mi dentadura. Ahora lo hago 5 veces al día.